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lunes, 24 de noviembre de 2014

Cuando las cosas no van bien

Como siempre que las cosas no van bien, decido escribir, y llevaba mucho tiempo sin hacerlo con el corazón destrozado; por esta razón, pido perdón por el exceso de sinceridad y por el filtro de lágrimas que derramaré mientras escribo.

Unos días pienso que estoy bien, que no pasa nada por no tenerte, por no contarte mis días… Al día siguiente, o a las dos horas, lloro; me doy cuenta que no estoy bien, que odio no tenerte, y que te necesito en mi día a día. Y esto es una montaña rusa que no para, no hay pausa ni para el maquinista, ni para los pasajeros de esta cruel atracción. Ya no me entiendo, y tampoco te entiendo.

Le habíamos puesto tantas ganas para que la máquina girase dulcemente, que no es fácil hacerla parar de golpe.

¿Y qué opinas de los recuerdos? Cada día es uno nuevo, y ya no tengo lágrimas para intentar borrarlos y curar la herida con la sal…

Creo tener claro algo, y es que te quiero. Que quiero compartir contigo mis días, quiero despertarme con tus besos en la espalda, quiero hacer planes y hacer cosas improvisadas, quiero sorpresas y sorprenderte, quiero sentirme guapa cuando me veas, y verme reflejada en tu sonrisa, quiero que me comas con los ojos pero que me abraces con el corazón, quiero verte reír conmigo, y que no llores nunca más por mí. Te quiero a ti.

También tengo claro lo que no quiero, y es que no quiero una relación sin sorpresas, sin ganas de vernos y tocarnos, sin sentimientos, sin besos en la espalda. No quiero una relación sencilla, quiero que te enfades conmigo pero que me perdones cuando tengas ganas de besarme. Que me grites, pero solo para decir que me quieres. Quiero que me hagas de rabiar, que me desilusiones para luego volverme a ilusionar. Que me muerdas pero me beses después. No quiero noches de bodas, quiero noches de batallas.

Espero poder leerte esto algún día, y espero que te lo lea porque hayas dicho que sí.


Creo tener claro algo, y es que te quiero.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Billete para Madrid

La soledad que reinaba ese día en la terminal no era comparable con la que sentía yo por dentro. Tenía tanto que contarte y a la vez tanto que callar que no sabía si lo que estaba haciendo era lo adecuado. “El avión con destino a Madrid saldrá dentro de 20 minutos”, la voz de los altavoces me hizo aterrizar de nuevo en la Tierra. Compré el billete y me decidí a embarcar.
Las 6 horas más larga de mi vida… Pensé en los momentos que habíamos pasado juntos, en los que habíamos pasado separados, en las discusiones, en las sonrisas que habíamos compartido… Me estaba volviendo loco en ese estrecho asiento.


El aterrizaje fue normal y a la salida a la terminal de Madrid la vi… Era a la única que había echado de menos en estos años… Era mi Lady Madrid… Lo había dejado todo atrás por volver a recuperarla, habría nacido de nuevo por volver a aquel instante en el que la conocí, daría mi vida por ver un segundo más su sonrisa…

Cuando Ella sonríe, se apagan las luces que iluminan las calles con tanta admiración que 

enmudece el aire. No se da cuenta que su caminar produce danzas que ni los más 

inspirados bailarines de París. Cuando pestañea, las mariposas la envidian por su bello 

aleteo de parpados.

Ella, cuando habla, ni la canción más dulce, ni el rock más duro, pueden igualar su textura 


carisma. Cuando suspira, el mar enmudece para dejar paso a un sonido tan puro como el 

de sus olas rotas.

Ella, no se da cuenta, pero su sonrisa la tengo tatuada en el interior de mis parpados, su 

tacto es mi crema y el sonido de su risa es la melodía de mi vida.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Ted Mosby, Como conocí a vuestra madre

  • Quizá es tonto esperar señales del universo, quiero decir, quizá el universo tenga mejores cosas que hacer, ¿sabes cuantas "señales" he tenido de si debo estar con alguien o no? ¿ Y a donde me han llevado? quizá no hay señales. Quizá no tengamos que darle sentido a cada pequeña cosa, tal vez no necesitemos el universo para que nos diga lo que realmente queremos, tal vez ya lo sabemos, muy en el fondo.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Bailame el agua.- Poema

Báilame el agua, húntame de amor y otras fragancias de tu jardín secreto.Sácame de quicio. Hazme sufrir. Ponme a secar como un trapo mojado. Lléname de vida. Líbrame de mi estigma. Llámame tonto. Olvida todo lo que haya podido decirte hasta ahora. No me arrastres. No me asustes. Vete lejos pero no sueltes mi mano. Empecemos de nuevo. Toca mis ojos. Nota la textura del calor. ¿Por cuanto te vendes? Píllate los dedos. Deja que te invite a un café, caliente claro, y sin azúcar, sin aliento.

martes, 11 de noviembre de 2014

La luz de Candela.- Mónica Carrillo

2.
Qué sensación esta. Me despierto con un revuelo de mariposas, pienso en ti, sonrío sin motivo, no dejo de hacer planes. Mi cabeza centrifugando todo el día. Qué estarás haciendo, me llamarás, vendrás por sorpresa, pensarás en mí del mismo modo en que lo hago yo. Mil dudas que solo hacen aumentar mi inquietud.

La luz de Candela.- Mónica Carrillo

1.

A veces la vida me viene grande. O quizá sea yo la que se vuelve pequeña ante tantas cosas que no entiendo. No lo sé. Tampoco sé por qué te quise tanto, por qué te sigo queriendo. Ni por qué me cuesta tanto olvidarte. No entiendo que puedas pasar sin mí, sin mis besos. Nadie me ha besado como tú, me decías. Y, sin embargo, prefieres no besarme. O quizá te meres de ganas y no te atreves a reconocerlo. Es eso. Tiene que ser eso. Ha pasado tanto tiempo que no te atreves a acercarte por miedo a que esté con alguien, a que te diga que no, que ya no te quiero.

Semáforo en rojo.- segunda parte

De repente, ella gritó entre sollozos que se callara, que no quería seguir discutiendo. Se secó las lágrimas y sacó de su bolso azul su estuche de maquillaje. Él la miró con los ojos llenos de rabia por no haber dado él el golpe de estado que declaraba la última palabra, pero cuando vio aquel neceser, bajo la mirada, y la última lágrima de furia, se transformó en tristeza.

Recordó cada vez que ella entre risas se pintaba los labios de rosa pálido y acto seguido le besaba en la frente para “que todas sepan que eres mío”. Ese recuerdo le llevo al primer aniversario.
Al despertarse ese lunes, se encontró una marca de un beso con ese pintalabios rosa en su mesilla, otra en el suelo de parqué, otra en el marco de la puerta, y finalmente, un texto escrito en el espejo del baño: “Buenos días mi rey; felicidades! Un año juntos compartiendo lo bueno y lo no tan bueno, aguantándonos el uno al otro, comprendiéndonos, pero sobretodo, amándonos siempre, besándonos siempre y sonriendo siempre al otro. Gracias. Siempre tuya, Lorena”. Otra lágrima de tristeza se escurre por esas ojeras marcadas por las largas noches en vela, intentando darle la espalda a los problemas, pero sobretodo, dándole la espalda a ella.

Frena. Un peatón cruz corriendo pidiéndoles perdón con la mano. Ella baja la mirada. Cuanto tiempo llevará sin pedirle perdón. Y recuerda. Cuando cada discusión, era solucionada con un perdón; cuando corría a sus brazos sollozando y diciendo que era estúpida. Y recuerda, su primera discusión.
Dos jóvenes de 19 años discutiendo, gritándose como si el fin del mundo se acercase y uno de ellos tuviese la culpa. Toda la tragedia se originó porque Raúl la había visto hablando con un chico y ella no le contó quién era. El chico era su hermano Alejandro, aún desconocido para Raúl. Se echaron en cara todo un mes de reproches, que aunque no fuesen muchos, sirvió para que los dos dejaran de hablarse durante 3 días. Ese tercer día, Raúl se presentó en casa de Lorena con una cartulina donde ponía “PERDÓNAME POR SER TAN INSOPORTABLE”. Lorena rompió a llorar de la risa y se besaron, mientras se pedían perdón. Los celos y Raúl. Cuantas y cuantas discusiones habían sido originadas por esos demonios que lo perseguían.

Pulsa un botón. Un cd empieza a cargarse en el estéreo del coche. Los dos saben que canción sonará la primera. Y los dos tienden la mano a pulsar el numero 2 pero no llegan a tiempo. El destino es más rápido y hace que se cuelen los dos primeros acordes entre sus dedos. Los dos detienen el movimiento y vuelven a su posición de defensa. Recuerdan. Raúl recuerda.
Los tirabuzones de su pelo al moverse al ritmo de esas notas, eran la octava maravilla del mundo. Su risa era la melodía más cautivadora del universo. Y bailaba. Y le sacaba a bailar. Y él se hacía de rogar para poder contemplarla un rato más. Ahora nadie ruega.
Lorena recuerda. Como la miraba; parecía que se iban a fundir en cualquier momento del deseo. Ella se movía para que él la mirase. Y él lo hacía encantado. Sus ojos ardientes eran la droga que la hacía extasiarse con esa canción. Ahora no hay fuego.

Vuelve a frenar. Semáforo en rojo. Se miran. Recuerdan.
El primer día que llegaron a Madrid, llegaron a pararse en 10 semáforos en rojo. Y en cada semáforo se comían a besos. Los coches los pitaban cuando no se daban cuenta que había cambiado de color. Y ellos se reían como locos, esperando impacientes el siguiente semáforo. Fue como una promesa sellada en silencio, con el silencio de los besos, con ese hermoso silencio de caricias y amor.

¿Hace cuánto dejaron esa promesa olvidada? ¿Hace cuánto Lorena había guardado esa promesa joven en la caja de zapatos? ¿Hace cuánto Raúl había olvidado esa promesa?


Bajan la mirada. Verde. Se perdió la oportunidad. Se les escapó el tiempo.


Semáforo en rojo.- Primera parte

Era imposible contener las lágrimas. La impotencia de los dos era tan grande que las ventanillas de aquel Opel Corsa parecía que se abombaban. Ya no se entendían. Ella quería consumir su juventud; él ya quería tranquilidad. Ella guardaba en una caja de zapatos todos los sueños que no se habían cumplido; él se conformaba con olvidarlos. Ella despertaba cada mañana con una canción en la cabeza; él, sin embargo, ponía en la radio las noticias.

¿Dónde quedaron aquellas miradas tímidas? ¿Aquellos besos robados? ¿Dónde había quedado la magia y el deseo?

Y allí estaban, gritándose, llorando por no saber la solución, mientras avanzaban entre la densa
circulación de la calle madrileña de Tirso de Molina.
Hace años, ese recorrido lo hacían con ilusión, con los bolsillos llenos de ganas, con los ojos llenos de amor, con las bocas llenas de sonrisas, y de besos… besos que ya sabían amargos.

Habían llegado a Madrid a cumplir sueños. Soñaban con vivir, con descubrir, con descubrirse, prometiendo que siempre estarían juntos. Soñaban juntos, y vivir juntos había sido su mejor aventura. 

Desde entonces, habían cambiado muchas cosas; quizás todas, menos aquel coche.

Aquel coche donde hoy se gritaban, había sido su alfombra mágica, su nube de algodón dulce. La tapicería había sido su ropa, su abrigo y su justiciero. Cada kilómetro de ese coche, era una historia.

lunes, 10 de noviembre de 2014

El tiempo entre costuras

"El destino es la suma de las decisiones que vamos tomando a lo largo de la vida; incluso las decisiones que un día nos parecieron insignificantes...".- Sira, 'El tiempo entre costuras'

domingo, 9 de noviembre de 2014

Cruce de tres vidas

Quizás no fuese el momento, ni las ganas, ni, tal vez, la solución… Tras las largas esperas, las sonrisas a medias, el pintauñas deshecho, los largos tragos; no era el momento, no había ganas, no era la solución…

Ninguno de los presentes dijo nada, todos asistieron al funeral de sentimientos, al entierro de esperanzas. Ninguno fue capaz de mirar a los ojos a su compañero de enfrente. Uno tragó el humo de su cigarro que empezaba a quemarle los dedos; otro simplemente se apartó el pelo de los ojos. Un tercero chasqueó la lengua.

Todos tenían la mirada vacía, una mirada cargada de dudas, de culpabilidad. Pero  ninguno de los presentes dijo nada. No era el momento, ni las ganas, ni, tal vez, la solución…
El momento ya había sido, ya había estado allí, y ninguno había estado presente. Las ganas se las había llevado el momento con su visita. Y la solución estaba por llegar, pero tampoco estarían presentes.

Uno de ellos decidió salir por la puerta; una puerta que nunca más se volvería a abrir. Aun así, de vez en cuando, por el hueco de la cerradura entraban pequeños destellos del pasado.
Otro de ellos, escapó por la ventana; una ventana que siempre estaría abierta, que alimentaría las esperanzas futuras del único individuo que se quedó en la sala, presente.

Este, sentado en una silla de mimbre, esperó algo que nunca llegó. Y en el último suspiro, se dio cuenta; El momento siempre había estado mirándole desde el espejo, desafiante aunque silencioso; diciéndole “eres tú el que ahí sentado, está dejando escapar el momento”.

 
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