3.
He vuelto a fumar. Después de siete años, anoche me encendí
un cigarrillo y supe que me había vuelto a enganchar. Esa calada no era igual
que la que das con la euforia del momento en una noche de copas o en una boda.
Fue premeditado. Lo busqué. Esta vez bajé a la calle, me compré un paquete y me
encendí, de nuevo, mi primer cigarro.
Y ahora, estoy aquí, fumándome otro, y mirando la cajetilla.
Últimamente los paquetes de tabaco traen unas fotos horribles. En otros tiempos
te advertían y listo. Ahora te estampan en la cara un “Fumar mata” y te lo
ilustran con una garganta abierta en canal. Prefería la fórmula aquella más
sibilina de “Fumar perjudica seriamente a la salud”. Me recordaba al chiste de “Alguien
ha matado a alguien”.
Lo que me fastidia es que estas cosas nos las advirtieran
únicamente a los fumadores. Claro que fumar mata, y sobre todo mata vivir. El
cien por cien de los muertos cuando fallecen, estaban vivos. Luego se confirma:
vivir conlleva sus riesgos e incluso te puede acarrear la muerte.
Tú deberías haber llegado a mí con un enorme cartel, como
los de esos vendedores de oro de la Puerta del Sol. Un gran cartón colgado de
tus hombros en el que me advirtieran a mí y al resto de la humanidad: “Enamorarse
de mí perjudica seriamente la salud”.
Lo complicado de todo esto es que, como buen enganche, la
parte adictiva tira mucho. Y tú a mí ya me habían enganchado.
Llegabas sin avisar. Y yo nunca decía que no. Nunca.
Me enganché a ti como un bebé al pecho de su madre. Como si
mi vida dependiera de la tuya. Tanto es así que dejé de vivir la mía para
convertirte a ti en mi protagonista. Y planeaba mis días en función de nuestras
citas y, sin darme cuenta, comencé a esperarte en los días en los que no nos
veíamos. Un encierro voluntario pero muy tóxico para la salud. Como tú.
0 comentarios:
Publicar un comentario