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lunes, 16 de marzo de 2015

Y sonríes, y yo...

No sé qué pretendes con esa sonrisa marcada por espuma de esa cerveza fría con la que has brindado con mi caña con limón. No sé si quieres que confíe en ti o qué desconfíe de tus palabras. Primero me abrazas, y luego me pellizcas la espalda.

Intento leer el idioma de tus ojos, que cada vez son más pequeños. No sé si por la cerveza o por el calor del momento. Estudio tus manos, finas pero fuertes, que recorren tu barba y después buscan el aire para hacerlo bailar entre tus dedos.


Y es que yo ya no sé qué hacer… ¿Y si me quedo? ¿A seguir andando por este camino extraño, lleno de luces y sombras, que no sé si acabará en algún claro o me llevará a un acantilado? ¿Y si me voy? ¿Recojo mi bolso del suelo, te mando un beso al aire y cruzo la puerta con una lágrima de maleta? 

Y ahí está, acabas de volver a sonreír... Y le doy un trago largo a mi caña… Sonrió, y decido quedarme en la entrada, para ver disfrazarte de lobo o de oveja.


¿A qué esperas?

¿A qué esperamos? ¿Por qué no vuelves? Te doy miedo, o te das miedo. Si nunca estuvimos juntos no fue por mi, tampoco fue por ti; fue por las pocas ganas que había acumuladas en nuestras mochilas. No teníamos ganas de vivirnos, no había tiempo de querernos.

¿A qué esperas? ¿Por qué no te vas? Si ya no hay ganas, si ya se ha acabado todo. Si no me miras con los ojos lagrimosos, si tus labios ya no pronuncian mi nombre en tus sueños. No esperes que los siempre que pronunciamos, fuesen ciertos. Siempre no es siempre, y nunca pasará nada.


¿A qué esperas? ¿A qué nada cambie? 

 
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