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lunes, 1 de diciembre de 2014

Juicio de mentiras

Era una cálida mañana de mayo.
El sol entraba por todas las ventanas, grietas y cerraduras que iba encontrando a su paso. Por muy pequeño que fuese el hueco, una pequeña lámina dorada se colaba para ver qué había al otro lado.

En este juego de esconderse y encontrarse, los rayos de luz descubrieron un cuerpo de mujer tendido bocabajo en la cama de una pequeña habitación.

Lloraba. No se escuchaban sus sollozos, pero su respiración era agitada y, de vez en cuando, absorbía por la nariz y repetía tres veces la palabra "mentira".
Ese cuerpo pasó tres días en la misma posición, y sin hacer nada más que repetir mentiras.

Cuando despertó de ese coma, se dio cuenta que ya no había más mentiras que recordar; las había enumerado, juzgado y sentenciado a todas. Ahora, el único que había quedado sin juicio era el juez.

Se incorporó de la cama, y mientras buscaba algo estable a lo que agarrarse, encontró con la mirada un espejo al otro lado de la habitación.

Recorrió con los ojos el reflejo de cada costura de su ropa arrugada; cada mechón de pelo enredado y sucio; cada poso de maquillaje descascarillado y seco; y no se reconoció.

Bajó la mirada, inspiró hondo y volvió a enfrentar su mirada a la figura del espejo. Nada había cambiado en esos segundos.

Sin pensarlo más, y mientras la última lágrima corría por su mejilla izquierda, abrió la puerta y se fue; dejando allí encarcelado al espejo, a las mentiras y a su pasado.

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